Con la mente en la masa
Por Fritz | Blog zonac3ro
Domingo… Se encontraba un sujeto rodeado de bullicio, hundido entre trompetas, porras y camisetas representativas de dos equipos. De pronto, suena un silbato y los gritos y vituperios no se hacen esperar. El árbitro señalaba la pena máxima en contra del equipo de casa. Incluido aquel sujeto, sufrieron y gritaron con coraje contra aquella anotación que no les parecía justa y que provocó que su equipo fuera descalificado. Al día siguiente, el mismo sujeto reanuda sus actividades cotidianas como auxiliar del archivo de un importante corporativo. Sus compañeros le daban los buenos días y él sólo asentía con la cabeza. A la hora de la comida se le veía solo en una mesa apresurando el bocado para regresar pronto a su monótono puesto.
Llega el jueves y unos compadres lo invitaron a participar en una marcha “pacífica”, de esas que casi no se ven aquí en la capital. El individuo llegó puntual a la cita, penoso para acercarse, pero con mirada vivaracha para entender de qué se trataba. La marcha comenzó con mantas, palos y piedras entre voces enardecidas por la supuesta negligencia del sistema. Al poco rato, esta persona ya estaba encabezando las filas coreando frases de protesta.
Nuevamente domingo. Esta vez no futbolero si no de misa dominical. Muy arreglado se sienta en la parte de atrás. Pero al momento del “Padre Nuestro” y demás cantos, se le ve aplaudiendo y cantando sin inhibición alguna.
Este mismo fenómeno podemos verlo una y otra vez en cualquier evento social y en más de una persona. Pero ¿por qué? ¿Qué es lo que lleva a una persona introvertida a tener de pronto esas reacciones al estar inmerso entre las masas, y que no son características de su personalidad? La respuesta es sencilla. Imaginemos que vamos a una premiación o algún evento masivo. Para cuando nos damos cuenta, ya estamos aplaudiendo a gente que probablemente ni conocemos. ¿Realmente íbamos a aplaudir? o ¿acaso lo hacemos por que la persona que tenemos a un lado también lo hizo? ¿Y cuándo dejar de aplaudir? ¿Cuando sea por voluntad propia, o cuando notamos que cada vez más personas dejan de hacerlo?
En situaciones así, desaparecen ciertas diferencias entre las personas. Por un momento todos aplauden, gritan o corean con un mismo fin y nos olvidamos del “qué dirán”. Ahí es cuando esas personas se convierten en UNA masa. Entre tanta gente, tanto ruido y la atención fija hacia el fin común, las personas somos capaces de sacar a la luz una parte de nosotros que probablemente no conocíamos o incluso, hacer cosas que si no fuera por que hay una “masa” que nos “disfraza” no haríamos nunca. ¿Qué me dicen de los famosos paleros que su presencia se remonta a muchos años atrás? Gente que se le pagaba por ir a llorar a un funeral para que este fuera más dramático, o los animadores que hacen que hasta la abuelita se pare a bailar en una fiesta.
¿Por qué? Hay veces que buscamos el anonimato o simplemente un cómplice. Ya sea para pasar desapercibido o al menos para no hacer “el oso” solos. Tan común es esto que ya hasta se les dice “borregos”. Tal vez suene ofensivo pero siendo sinceros, todos hemos sido borregos alguna vez en la vida y nos dejamos llevar por la emoción del momento. No estoy diciendo que esto sea negativo o positivo. Pero creo que es una conducta interesante de analizar, incluso por los que presumen de ser auténticos pues seguro han caído varias veces.
Si no me creen, la próxima vez que vayan a algún evento social presten atención a las demás personas, y muchas van a aplaudir sin saber exactamente por qué empezaron a hacerlo, por qué dejaron de hacerlo, a quién o por qué motivo. .
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